—¿Cómo tienes la osadía de escribir algunas de las cosas que publicas?
—Oh, es fácil. Solo finjo que ya estoy muerto.
Michel Houellebecq, entrevistado por Susannah Hunnewell
I. Empezar por el final
En conclusión, ¿a quién se le ocurre iniciar una falsa autobiografía partiendo de su muerte y dedicársela al primer gusano que royó su cadáver? No conozco a nadie que haya leído las Memorias póstumas y no sienta una tremenda fascinación por ellas. Los lectores no dejamos de asombrarnos por el hecho de que este libro, publicado originalmente como una novela de folletín, se haya escrito en 1880, porque su estilo resulta fresco, lúdico y vigente. Es cierto que los episodios referidos por Machado de Assis a través de su cínico Blas Cubas pueden parecernos lejanos, como las convenciones sociales decimonónicas, el esclavismo y los gobiernos de corte imperial; sin embargo, el tono y el corazón dentro de los ciento sesenta capítulos breves que componen esta obra le conceden el estatus de un clásico, por su renovación infinita que resiste al paso del tiempo.
II. El delirio de una vida y sus cómplices
En los primeros nueve capítulos, se sientan las bases de lo que será el resto de la narración. Al poner al lector en contexto de su muerte por neumonía y el causante de ella un emplasto que supuestamente lo catapultaría a la fama–, la narración humorística y desenfadada sobre la intrascendente vida de Blas Cuba toma vuelo ahora desde su privilegiada genealogía y las anécdotas de la infancia que muestran a un niño malcriado, quien, al crecer, va enfrentándose a las vicisitudes de la vida: la muerte de la gente que quiere, los amores fallidos, las ambiciones pasajeras y la distancia temporal que cambian las perspectivas pensadas inmutables en un principio.
Lo que genera un cambio entre la narración de su muerte y el inicio de su vida es un capítulo titulado “Transición”, en el cual Blas Cubas, tras un razonamiento en torno a Virgilia –su más grande amor–, da un giro temporal y se jacta ante sus lectores por haberlo hecho, literariamente hablando. Esta suerte de ruptura de la cuarta pared y glosas sobre el propio texto que va componiendo, presentes a lo largo de toda la obra, generan un diálogo con el lector, ahora involucrado en su vida. Las Memorias póstumas se sienten actuales por la meta-escritura de su autor. Con el uso retórico de la falsa modestia, Blas Cubas conviene en que serán cinco los lectores de esta “obra difusa”. Supongo que Machado de Assis, en cambio, tenía mayores expectativas sobre su distribución. Lo que ninguno de los dos previó fue la recepción tan copiosa de lectores y críticos y su carácter pionero, que tendría repercusiones para la novela moderna en las siguientes generaciones. ¿Digresiones, anécdotas simples con reflexiones profundas y desorden cronológico en las obras de James Joyce y Virginia Woolf? Machado lo hizo primero.
III. La estirpe de los genios locos
Llegó el momento de evocar a las grandes influencias de Machado de Assis, es decir, aquellos escritores con quienes dialoga. El caso de Laurence Sterne es el más evidente, pues el mismo narrador admite adoptar su forma libre. No está equivocado: la narración en primera persona del transcurso de una vida a través de breves episodios; el uso del humor en situaciones trágicas; y la estructura no lineal, repleta de digresiones que dilatan el transcurso de una historia central, nos recuerda a la vida y opiniones de cierto caballero. Por otro lado, en las Memorias póstumas nos encontramos pasajes experimentales en donde el uso de puntos, juegos tipográficos o diálogos sin palabras confirma que Machado de Assis es uno de los herederos más grandes de Sterne.
Me es imposible escribir sobre los ya mencionados escritores sin hacer presente al visionario Cervantes, por algunas de las razones ya mencionadas, pero también por la capacidad de “congelar” una escena y de ficcionalizar el propio origen del texto que se está componiendo. En el célebre capítulo IX, en donde se da la batalla entre Don Quijote y el vizcaíno, hay una pausa que deja al lector en vilo, en la cual se explica el origen del manuscrito, escrito por un tal Cide Hamete Benengeli. En las Memorias póstumas se habla más de la recepción del manuscrito, contemplando incluso a futuros críticos de la obra, pero queda el resabio de los textos que se explican a sí mismos y se desbordan de la narración.
Debería ahondar en el humor y su relación con antecesores como Rabelais y Swift, pero no quiero pecar de sabelotodo con algo que, realmente, no sé. Quisiera mencionar de paso a un desconocido llamado Montaigne. Pero de esto, quizás, ya hablaremos más tarde.
IV. La «buena conciencia» burguesa
Machado de Assis no es ingenuo. Matar al narrador y protagonista de su novela desde el inicio funciona como herramienta para destapar sin escrúpulos lo que Blas Cubas realmente pensaba de su vida y la sociedad acomodada en que se desenvolvía. Sus confesiones son libres de toda culpa y juicio moral. Así devela la decadencia de la burguesía en Río de Janeiro, a través de personajes como el viejo y avaro Viegas, quien, a pesar de poseer una gran cantidad de dinero y ser cuidado por su sobrina Virgilia por años, la deja sin una herencia para su hijo; o el mismo Blas Cubas, que pelea con su hermana por una herencia y constantemente acepta que sus pretensiones de volverse diputado o ministro se motivan más por la fama y el gusto por las multitudes que por vocación o intentar hacer un cambio positivo en la sociedad.
Las presiones sociales se heredan. En los recuerdos tempranos del difunto narrador, su padre se divierte con las travesuras del niño Blas, pero, a medida que va creciendo, sus consideraciones sobre la forma en que su hijo conduce su vida se recrudecen. Las expectativas se vuelven más firmes, al grado de que lo exhorta a casarse y perseguir una carrera como diputado, pues “todo hombre público tiene que estar casado”. De igual forma, Sabina, la hermana de Blas, lo presiona al final del libro a contraer nupcias, a las cuales el falso autor se refiere como “la candidatura conyugal”. Los personajes de la novela relacionan el trabajo con el amor o, mejor dicho, con un contrato. Esta convención no parece ser un fastidio para nadie, y es cuando Blas Cubas inicia un romance con una mujer casada que algunos miembros de la sociedad comienzan a escandalizarse. Otros simplemente ignoran lo sucedido o bien lo encuentran gracioso, pues viven acostumbrados a la doble moral del adulterio.
Para la mala fortuna de la institución familiar, Blas Cubas jamás se casa ni logra obtener un cargo público. Cuando se encuentra a punto de tener descendencia, Virgilia pierde al bebé de ambos. Lo que en ese momento es una tragedia a la larga se convierte en virtud. En la última línea de su novela, Blas Cubas se siente aliviado por ello: “No tuve hijos, no transmití a ningún ser el legado de nuestra miseria”.
V. Ensayar mientras se narra
Una vez muerto y sin mandatos provenientes del qué dirán, el peso de la imagen de Blas Cubas se desvanece y nace la vocación de escritor. Aunque el protagonista escribiera a lo largo de su desparpajada vida algunos discursos políticos y composiciones poéticas, encuentra su voz de ensayista en el más allá. La más transparente y honesta. En las pausas y digresiones previamente mencionadas, podemos encontrar reflexiones que se vuelven ensayos dentro de la prosa narrativa. De un suceso simple puede desprenderse una cavilación. Al detenerse, se realiza un análisis minucioso de algunas escenas a través de un detonante, ya sea el ademán de verse la punta de la nariz, un compañero un tanto loco que habla de una ideología titulada “humanitismo” o el hecho de encontrarse un saco de dinero en la calle. También hay otros casos, como en el capítulo titulado “Paréntesis” donde, sin ninguna relación entre el apartado anterior, el autor comparte doce máximas que recuerdan a los aforismos que todo buen ensayo debe poseer, o habla de su “ley de la equivalencia de las ventanas” –“el modo de compensar una ventana cerrada es abrir otra, con el fin de que la moral pueda ventilar continuamente la conciencia”– y su “teoría de las ediciones humanas” –las personas somos libros, nuestras etapas son números de ediciones y a medida que avanzamos en la vida, nos vamos revisando y corrigiendo–. La intuición de discutir y especular sobre cualquier cosa, acompañada de cierta altanería y carisma necesarios para proponer algunas respuestas, hacen de este libro una conexión directa con los Ensayos de Montaigne.
VI. Machado de Assis, nuestro contemporáneo
Para no hacer de este un texto de siete escolios, porque, así como hay siete chakras hay siete pecados capitales, baste decirle al lector que las Memorias póstumas es uno de esos textos donde no ocurre nada extraordinario, tan solo el transcurrir de la vida; simplemente nos encontramos con los fallos y aspiraciones de un hombre convencido de que nuestra especie es una “errata pensante”. Sin embargo, al pasar de los capítulos nos enfrentamos con preguntas sobre nuestros propios fallos y aspiraciones, sin tomarnos tan en serio en el camino. La vida es insignificante y absurda, por eso quizá vale la pena enfrentarla con “la pluma de la broma y la tinta de la melancolía”.
Blas Cubas no dejó el legado que quería, pero sus Memorias trascienden a su tiempo y al nuestro. Machado de Assis, con una lucidez y antelación envidiable, compartió ideas sobre el fracaso y la muerte presentes en la literatura del siglo XX y XXI. Considerado uno de los escritores más emblemáticos de la literatura brasileña, vuelve a pertenecer a esa comunidad de creadores que se convirtieron en estatuas solemnes cuando, en realidad, sólo querían divertirse y reír un rato.
Imagen tomada de FCE
